En numerables ocasiones, he oído a mi madre decir que la primera palabra que articula un niño es ajo. En mi ser interno, pensaba que lo que pretendía era que ni mi hermano ni yo alardeáramos de ser lingüísticamente más precoces que la media, cuyas primeras palabras solían y suelen ser papa o mama, vocablos bisílabos idénticos que los padres repiten una y otra vez delante de sus respectivos hijos.
Hace tiempo, en una clase particular, le dije a un niño que debía tomarse más en serio sus estudios, a lo que este me contestó, con la elocuencia propia de un preadolescente que acaba de entrar en la conocida edad del pavo, que una nota no definía la inteligencia, que el hecho de suspender no hacía tonto a nadie y que él podía sacar muy buenas notas pero que le daba palo estudiar, pero, que de todas maneras, él era muy listo, que incluso de pequeño era más listo de la cuenta porque la primera palabra que dijo fue ajo y no papá o mamá como todos los niños. Ante tal discurso para argumentar y justificar un suspenso, yo solo me atreví a estimularle para que aparcara su holgazanería y se esforzara más en el siguiente examen, sin embargo, en ese preciso instante en el que mi ego se desintegraba, comprendí que mi madre no intentaba ni de lejos que sus hijos “superdotados” fueran humildes.
Todavía hoy me pregunto cómo pude llegar a creerlo ¿Acaso uno de estos sujetos parece poseer un ápice de superioridad intelectual?
Definitivamente, NO.
Dejemos al margen mis traumas infantiles y volvamos al asunto que realmente nos atañe, las lenguas. Mis lenguas por excelencia han sido siempre el castellano y el catalán, la primera para el ámbito familiar y la segunda para el laboral-universitario y para las amistades. Aunque en mi etapa escolar mi lengua vehicular fue el catalán y, actualmente, es la lengua que más utilizo, mi lengua materna es el castellano, incluso, aunque esta se limite únicamente al entorno familiar.
Por otro lado, el inglés y la lengua de signos catalana también son lenguas destacadas en mi vida, en los últimos años, el inglés ha sido la lengua en la que he visto series y películas, así como el idioma de muchas de mis lecturas. Lamentablemente, mi uso de la lengua de signos se restringe prácticamente a las clases de LSC, a excepción de las noticias que veo en ocasiones en el 3/24 o alguna excursión con personas sordas que he hecho y en las que he podido comunicarme en esta lengua y poner en uso mis conocimientos.
Si echo la vista atrás, no consigo recordar mis inicios en las lenguas, ni mis primeros conocimientos del castellano o el catalán, no obstante, después de mucho revolver cajones y armarios he encontrado una libreta de primaria que me ha hecho recordar vagamente las canciones infantiles inglesas que me ayudaban a aprender el abecedario, las partes del cuerpo, o las canciones-cuento en las que unos monos saltaban en la cama.
Como mi aprendizaje de la lengua de signos empezó hace relativamente poco, la experiencia de mi iniciación sigue grabada a fuego en mi mente, recuerdo perfectamente la tortura que viví al principio. En cada clase, el profesor/a usaba entre 50 y 70 signos totalmente desconocidos para mí, por mi parte, si lograba asimilar 10 signos por clase ya podía darme por satisfecha. El profesor nos enseñó un método para apuntar la articulación de la mano con la finalidad de poder tomar nota de los signos empleados en el aula.El método es el siguiente:
Las figuras marcan la configuración de la mano, la parte blanca de cada figura representa la palma, mientras que la negra simboliza la parte posterior de la mano y las rayas que sobresalen de las figuras encarnar los dedos. Aunque lo intenté con todas mis fuerzas, acabé desistiendo, supongo que porque no logré digerir tanta información en un período tan corto de tiempo, así que decidí crear mi propio sistema de anotación, el cual se basa en explicar la configuración que debe hacerse de las manos, por ejemplo:
Manos hacen triángulo sin base, pulgares no se ven – CASA
Simple y rudimental sin duda, pero hasta la fecha efectivo.
Debido al gran interés que despiertan en mí los idiomas, confío en poder seguir profundizando en la lengua de signos catalana e incluso aprender el sistema internacional de signos. Asimismo, quiero probar con el francés, ahora bien, me gustaría aprender esta lengua en un país francófono, ya que, si algo he logrado asimilar en mis años como aprendiz de idiomas ha sido que la mejor manera de aprender un idioma es realizando una inmersión lingüística.